jueves, 28 de enero de 2016

El futuro de nuestro pasado presente - Cuarta Entrega




La no conformación de una burguesía nacional


Nuestra “densidad nacional”[1], a diferencia de la europea, no estuvo conformada por una clase gobernante identificada con el Estado y en defensa de sus intereses; interactuando con las demás naciones de forma tal que sean las propias fuerzas productivas de la sociedad las que marcaran el ritmo de crecimiento y el desarrollo sustentable, sostenido sobre la base de una comunidad de intereses.

La puja de intereses sectoriales, la desigual distribución del ingreso, la exclusión social como regla y no como consecuencia de crisis económicas internacionales, más la no conformación de una burguesía nacional -abortados los pocos intentos que pretendieron crearla- fueron alejando la posibilidad de un desarrollo de las fuerzas productivas que pudieran crear la riqueza suficiente para superar las etapas del crecimiento económico consolidado. Mientras los países desarrollados surgidos como estados organizados políticamente fueron superando las distintas fases económicas necesarias para su desarrollo -de la fase agrícola a la industrial, de ésta a la de servicios, luego a la etapa tecnológica y, por último, a la del conocimiento-, incluyendo siempre a la etapa anterior, Argentina y la región latinoamericana aún se debate en tratar de superar o mantenerse en la primera etapa: la economía agrícola-ganadera. Nuevamente Aldo Ferrer sintetiza claramente este proceso:

“…En América Latina, la tradición incluye la fragmentación social, el sometimiento originado en la conquista y la esclavitud, concentración y extranjerización del dominio de los recursos y el pensamiento alienado asociado a los intereses de los centros de poder transnacional. Es decir, condiciones inadecuadas con la gestión del conocimiento y el desarrollo económico. Así se explica que, después de dos siglos desde la independencia, no hayamos logrado alcanzar un nivel de desarrollo y bienestar a la altura de los recursos disponibles. El desafío de nuestros países es así más complejo que en otras partes, porque, en ellos, debemos, simultáneamente, enfrentar los desafíos del futuro y remover los obstáculos históricos a la construcción de la densidad nacional”[2].

Bajo estas circunstancias, el inicio del siglo XX encontró a nuestro país y al continente latinoamericano sumido en la crisis capitalista denominada “Gran Depresión” o “Crisis del ‘30”, donde el sistema internacional comienza a dar alertas sobre la desigual distribución de ingresos intra y extra fronteras.

Sin dudas, la crisis del ’30 hizo añicos el sistema económico liberal vigente en ese momento. John Maynard Keynes, ya venía advirtiendo antes de la crisis el perjuicio en la economía real de la no regulación del mercado de capitales (publica entre otras divulgaciones, en 1926, “El fin del laissez-faire”) y en 1936 su “Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero”, origina el surgimiento de una nueva ciencia de la economía basada, en términos muy sintéticos, en la estimulación de la demanda a través del consumo de la sociedad con alta tasa de empleo e inversión, gestión y control del Estado de las variables macro y microeconómicas principales. Su influencia es tan importante que es designado representante británico en la conferencia de Bretton Woods, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, reunión que culmina con la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), entre otras decisiones tendientes a que la crisis no vuelva a repetirse. Aunque la delegación norteamericana consigue imponer sus puntos de vista en el tratado final, con menor regulación en los mercados de capitales, los especialistas de todo el mundo, incluidos los norteamericanos, le dieron la razón[3].

Desde 1933, pero principalmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el poder de decisión del Estado será crucial para el desarrollo de las distintas sociedades. Estados Unidos de Norteamérica, que lidera el proceso relegando a Inglaterra como nación avanzada surgida en el siglo pasado, es un ejemplo claro de la importancia de  la presencia estatal para el desarrollo económico de las naciones. El Estado generará instrumentos económicos y monetarios que regularán, aunque no tanto como se piensa, la expansión del sistema financiero. A nivel internacional, El FMI será el encargado de rescatar a las economías en crisis y supervisará los instrumentos macroeconómicos que puedan afectar la economía internacional, respetando la soberanía de cada Estado. Mientras, el Banco Mundial, solventará el desarrollo de obras públicas e infraestructura necesarias en cada Estado nacional a través del otorgamiento de créditos puntuales a ese fin.

Esta situación no benefició a los países no depositarios de una burguesía nacional consolidada y, a su vez, meros exportadores de materias primas. Ensanchó aún más la brecha entre países ricos y pobres. Los denominados países centrales o desarrollados aprovecharon, además, el enfrentamiento entre el modelo económico capitalista liberal ya existente y el modelo de planificación económica soviético consolidado durante la confrontación bélica internacional y surgido de la abortada revolución bolchevique de 1917. Dicha revolución fue frustrada porque el poder desparramado por Josef Stalin y sus sucesores no tuvo nada que ver con el ideario y con los postulados radicales de Karl Marx, Lenin o, aún, de León Trotsky. El sistema comunista nunca se implementó como tal hasta el presente y el socialista menos aún.

El experimento soviético sólo fue un intento de reforma del sistema capitalista. Pero fue muy efectivo para dividir al mundo en dos e implementar una cultura bipolar de la cual no parecía posible una tercera posición. Políticas que terminaron en un profundo fracaso económico-político para ambos estados contendientes: la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) comenzó su desplome final con la caída del Muro de Berlín (Alemania) en 1989 y dejó de existir en 1991. EE.UU. perdió el liderazgo mundial imperial en la crisis económica desatada en 2008.



[1] Concepto acuñado por Aldo Ferrer que comprende la cohesión social, el liderazgo nacional, la estabilidad institucional y el pensamiento crítico, condiciones todas éstas básicas para desplegar políticas válidas de desarrollo sustentable en el orden global.
[2] Ferrer Aldo. Artículo. Publicación dominical Miradas al Sur. Suplemento “Argentina Económica”. Sección opinión, pág. 6 (11/01/09).
[3] Keynes, John Maynard. Crítica de la economía clásica. Sarpe, pág. 9 (1985).

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