Cambio de paradigma político y económico
El
jueves pasado comenzamos una serie de entregas -que realizaremos todos los
jueves- que pretenden aportar reflexiones sobre el futuro de nuestro pasado
presente, además de los análisis que realizamos sobre los acontecimientos
coyunturales. Recomendamos ver la entrega anterior, para poder seguir el relato
histórico que constituye y puede constituir nuestra existencia.
Finalizábamos la entrega anterior explicando la llegada de la modernidad y el capitalismo en
forma simultánea, ya que ambos movimientos se explican por su génesis conjunta. Sin el sistema económico -y también ideológico- que representa la
acumulación, no podrían haberse asentado los cambios culturales que la
modernidad ha efectuado en nuestra organización social. Y, sin la modernidad,
el capitalismo no podría haber generado la globalización y el mercado de capitales surgido a partir de 1492.
La
nueva estructura económica requería de un nuevo sistema de dominación, más
dinámico que el que proponía la legitimidad monárquica. La burguesía, clase
impulsora del capitalismo y de la modernidad, necesitaba de un movimiento de
pensamiento legitimador de sus acciones. El iluminismo, basado en la supremacía
de la razón como sistema de control social y el movimiento positivista luego,
transformando las ideas ilustradas en acciones científicas comprobables, reemplazaron
al poder del terror metafísico implementado por la alianza
monárquica-eclesiástica en la denominada Edad Media.
Con
la legitimidad política que la soberanía de los Estados le brindaba -surgida de
pensadores que construyeron su discurso, como Hobbes, Rousseau, Locke y
Montesquieu-, con la necesidad de expandir el comercio y apuntalar la conquista
y colonización de América por parte de Europa y, con la expoliación de las
riquezas y los recursos naturales americanos, la burguesía europea en el poder
consolidó un sistema de acumulación y
financiación del capital que robusteció su crecimiento económico y la instaló
como clase gobernante; beneficio aprovechado por aquellos Estados con mejor
organización política para llevar adelante el desarrollo económico de sus
sociedades.
Será
el origen, asimismo, del empobrecimiento y la dependencia de latinoamérica que,
como colonias, lejos estaban aún de ingresar y competir en igualdad de
condiciones en la fase capitalista.
Inglaterra liderará el proceso de la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX por ser el Estado más organizado políticamente -y el más beneficiado económicamente por haber concentrado los metales expoliados de América que le permitieron financiar para toda Europa el proceso industrializado revolucionario-, al desarrollar un sistema de pensamiento progresista que incluía a científicos y técnicos que participaban, junto a los parlamentarios, del proceso de toma de decisiones en la cúpula del poder. Más tarde, la seguirá Francia y ya casi al final del siglo XIX, Alemania. La España Imperial perdió su oportunidad al no poder establecer una economía de acumulación de capital y un sistema político estable, a pesar de haber recibido de América todo lo necesario para llevarlos a cabo (territorio, recursos naturales y mano de obra gratuita).
La
decadencia de España como Imperio, profundizada por la expansión napoleónica y
la pasividad de Inglaterra (a quien le convenía la debilidad española para
penetrar legalmente en el monopolio comercial de sus colonias; tarea que ya
efectuaba a través del contrabando y del ataque a los buques españoles por
parte de corsarios -piratas que robaban para la Corona), provocará la inquietud
política y económica de las distintas colonias españolas en América latina que,
en forma progresiva, se darán su independencia a principios del siglo XIX;
siendo incentivadas políticamente y financiadas económicamente muchas de ellas
por la corona británica, ante el fallido intento de invadir el suelo americano,
como ocurrió en el Virreinato del Río de la Plata con las invasiones inglesas
de 1806 y 1807, con la intención de exportar su revolución industrial.
Las
colonias tenían que ser parte del nuevo sistema capitalista como proveedoras de
materias primas de los países que desarrollaban las manufacturas, liderados por
Inglaterra.
Es
decir, nacidos como colonias españolas, los Estados latinoamericanos obtuvieron
su independencia política; pero mantuvieron su dependencia económica con el
Imperio Británico, potencia mundial que necesitaba expandir y exportar su
revolución industrial a nuevos mercados.
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