jueves, 14 de enero de 2016

El futuro de nuestro pasado presente - Segunda Entrega



Cambio de paradigma político y económico

El jueves pasado comenzamos una serie de entregas -que realizaremos todos los jueves- que pretenden aportar reflexiones sobre el futuro de nuestro pasado presente, además de los análisis que realizamos sobre los acontecimientos coyunturales. Recomendamos ver la entrega anterior, para poder seguir el relato histórico que constituye y puede constituir nuestra existencia.

Finalizábamos la entrega anterior explicando la llegada de la modernidad y el capitalismo en forma simultánea, ya que ambos movimientos se explican por su génesis conjunta. Sin el sistema económico -y también ideológico- que representa la acumulación, no podrían haberse asentado los cambios culturales que la modernidad ha efectuado en nuestra organización social. Y, sin la modernidad, el capitalismo no podría haber generado la globalización y el mercado de capitales surgido a partir de 1492.

La nueva estructura económica requería de un nuevo sistema de dominación, más dinámico que el que proponía la legitimidad monárquica. La burguesía, clase impulsora del capitalismo y de la modernidad, necesitaba de un movimiento de pensamiento legitimador de sus acciones. El iluminismo, basado en la supremacía de la razón como sistema de control social y el movimiento positivista luego, transformando las ideas ilustradas en acciones científicas comprobables, reemplazaron al poder del terror metafísico implementado por la alianza monárquica-eclesiástica en la denominada Edad Media.


Con la legitimidad política que la soberanía de los Estados le brindaba -surgida de pensadores que construyeron su discurso, como Hobbes, Rousseau, Locke y Montesquieu-, con la necesidad de expandir el comercio y apuntalar la conquista y colonización de América por parte de Europa y, con la expoliación de las riquezas y los recursos naturales americanos, la burguesía europea en el poder consolidó un sistema de  acumulación y financiación del capital que robusteció su crecimiento económico y la instaló como clase gobernante; beneficio aprovechado por aquellos Estados con mejor organización política para llevar adelante el desarrollo económico de sus sociedades.


Será el origen, asimismo, del empobrecimiento y la dependencia de latinoamérica que, como colonias, lejos estaban aún de ingresar y competir en igualdad de condiciones en la fase capitalista.

Inglaterra liderará el proceso de la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX por ser el Estado más organizado políticamente -y el más beneficiado económicamente por haber concentrado los metales expoliados de América que le permitieron financiar para toda Europa el proceso industrializado revolucionario-, al desarrollar un sistema de pensamiento progresista que incluía a científicos y técnicos que participaban, junto a los parlamentarios, del proceso de toma de decisiones en la cúpula del poder. Más tarde, la seguirá Francia y ya casi al final del siglo XIX, Alemania. La España Imperial perdió su oportunidad al no poder establecer una economía de acumulación de capital y un sistema político estable, a pesar de haber recibido de América todo lo necesario para llevarlos a cabo (territorio, recursos naturales y mano de obra gratuita). 


La decadencia de España como Imperio, profundizada por la expansión napoleónica y la pasividad de Inglaterra (a quien le convenía la debilidad española para penetrar legalmente en el monopolio comercial de sus colonias; tarea que ya efectuaba a través del contrabando y del ataque a los buques españoles por parte de corsarios -piratas que robaban para la Corona), provocará la inquietud política y económica de las distintas colonias españolas en América latina que, en forma progresiva, se darán su independencia a principios del siglo XIX; siendo incentivadas políticamente y financiadas económicamente muchas de ellas por la corona británica, ante el fallido intento de invadir el suelo americano, como ocurrió en el Virreinato del Río de la Plata con las invasiones inglesas de 1806 y 1807, con la intención de exportar su revolución industrial.


Las colonias tenían que ser parte del nuevo sistema capitalista como proveedoras de materias primas de los países que desarrollaban las manufacturas, liderados por Inglaterra.

Es decir, nacidos como colonias españolas, los Estados latinoamericanos obtuvieron su independencia política; pero mantuvieron su dependencia económica con el Imperio Británico, potencia mundial que necesitaba expandir y exportar su revolución industrial a nuevos mercados.

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