Colonización política, económica y cultural de América latina
En
este contexto, en el que la revolución industrial cambiaba las reglas sociales,
políticas, económicas y culturales, ocurrieron los inquietantes días de mayo de
1810 en el Virreinato del Río de la Plata, con el establecimiento de una
Primera Junta de Gobierno que no romperá con la Madre Patria; con su metrópoli,
España; sino que jurará por Fernando VII, en defensa del rey español apresado
por Napoleón Bonaparte -que había designado a su hermano en reemplazo del rey
de España-, y que dominaba casi toda la Península en esos momentos.
A
pesar de este desenlace, Mayo de 1810 es importante por el surgimiento de un
núcleo de personas criollas (nacidos en la tierra del Plata), patriotas que
lucharán políticamente por consolidar la independencia legal años más tarde,
transformando esa delgada dependencia del reino español en definitiva
independencia política el 9 de julio de 1816, situación que también se fue
dando antes y después de esta fecha en los distintos países en América latina.
No
obstante, nuestra independencia política contenía una nueva dependencia económica
que determinaba que aquellos países que estaban naturalmente favorecidos para
producir materias primas deberían producir y exportar sus productos primarios,
mientras que aquellos que estaban mejor dotados para transformar la materia
prima importada de éstos países en productos industrializados, exportarían
manufacturas en el mercado libre entre Estados. De esta forma, habría economía
de esfuerzos y cada cual recibiría lo que le corresponde en el libre mercado.
Surge así la división internacional del trabajo, determinando los procesos de
concentración de riqueza del poder económico que dominará la relación entre Estados
hasta nuestros días.
Argentina
-constituida como nación a partir de 1865-, así como toda América latina,
aceptará las condiciones internacionales definidas políticamente en el centro
del poder internacional de aquella época -Europa-, transformándose en el famoso
“granero del mundo”. Esta situación se cristaliza gracias a que la burguesía
pujante del capitalismo y la modernidad europea -aquella revolucionaria clase
burguesa que cambió de raíz el sistema político, económico, social y cultural a
partir de su instalación en el poder en el siglo XV con la creación de los
Estados Nacionales, desplazando a la nobleza y a la aristocracia como clase
gobernante y a la monarquía como sistema político de poder, reemplazándola por
la democracia liberal- no se estableció como clase de poder en Argentina y
latinoamericana. En parte, por los factores exógenos que condicionaron su
conformación una vez establecido el orden económico y político mundial y,
también, debido al desarrollo de los conflictos endógenos surgidos entre la élite
aristocrática y conservadora que gobernaba en nuestro país y en toda la región
y el resto de la sociedad, excluida de las mieles del desarrollo agro exportador
que con el tiempo se organizará de diferentes formas hasta conformar un
proyecto distinto de país en colisión con los intereses políticos de la
oligarquía.
Este
empate hegemónico creará la tan mentada hoy “grieta” que no cierra. Por el
contrario, se agiganta.
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