Los desafíos del desarrollo
sustentable argentino
La
pobreza no es natural; el delito no es natural y la desigualdad en la
distribución de los recursos para una vida digna no es natural. Son
construcciones de diagramas de poder que, en nuestra región, han comenzado hace
apenas dos siglos.
En
los últimos doscientos años de historia, con menos avances que retrocesos,
todavía América latina no ha logrado construir un proyecto de sociedad en donde
los principales valores que sirven de plataforma para el desarrollo sustentable
sean el motor y la guía de las transformaciones económicas, políticas, sociales
y culturales de la región. Argentina, no está exenta de esta debilidad. Por lo
tanto, no es posible entender el devenir histórico de nuestro país, sin conocer
el correspondiente a la denominada Patria Grande.
El
año 2016 es el verdadero bicentenario de nuestra independencia política y
jurídica. ¿Podrá ser también el despertar de nuestra verdadera independencia
económica y cultural? Para entender el significado de esta esencial pregunta es
preciso adentrarse en los procesos históricos del continente latinoamericano
-al cual pertenecemos-, así como el modo en que se inserta América latina y
Argentina en el mundo.
Existieron
-y perduran- factores endógenos y exógenos que explican el presente y el futuro
del pasado latinoamericano en general y del argentino, en particular. Los
endógenos surgieron recién con las sociedades criollas. En cambio, para
entender las circunstancias exógenas, como bien manifiesta Aldo Ferrer[1], hay que remontarse a unos
siglos anteriores a nuestra independencia. Más precisamente, al nacimiento de
la globalización: el descubrimiento de América por parte de Europa.
En
el final del siglo XV, la Europa occidental terminaba de repeler la invasión
turco-otomana de su territorio pero, sin poder vencerla del todo, la conmina
hacia la frontera con Asia, a orillas del lado oriental del Mar Mediterráneo.
Esta situación provocó la interrupción del comercio con Oriente debido a que
las rutas comerciales estaban dominadas por los musulmanes en esa región e
impedían la adquisición de las “especias” y sedas tan necesarias en Europa,
acostumbrada ya a su utilización, consumo e intercambio.
Se
genera de este modo la necesidad económica de encontrar nuevas rutas comerciales
ante la imposibilidad de lograr por la fuerza la reapertura de las existentes.
Surgen en Europa dos proyectos principales: el de Portugal y el de España. El
primero proponía navegar el contorno de la costa africana hasta llegar a las
rutas de las especias, mientras que el segundo sostenía, en forma más
aventurada, internarse en el Océano Atlántico y a través de la circunnavegación
llegar a las rutas comerciales de los productos tan preciados, basado en la
idea de la redondez de la Tierra.
El
proyecto portugués terminará conquistando y colonizando todo el contorno
africano, hasta llegar a las rutas asiáticas, mientras que el proyecto español se
topará con América en su camino a la India. Al respecto, Aldo Ferrer describe
muy bien el alcance de la conquista del continente americano y su encuentro con
la conquista portuguesa:
“…En América Latina, las organizaciones de los
pueblos originarios del Nuevo Mundo se desplomaron ante la presencia de los
conquistadores. Un siglo después del desembarco de Colón sobrevivía sólo
alrededor del 10% de la población preexistente que alcanzaba, de un extremo a
otro de América, a alrededor de 60 millones de personas. Sobre la población
nativa sobreviviente y sometida, los europeos implantaron su propia presencia
y, enseguida, otro hecho extraordinario: la esclavitud de más de 10 millones de
africanos destinados a la producción de las minas y las plantaciones tropicales.
En la mayor parte del Nuevo Mundo, los europeos fundaron nuevas civilizaciones
fundadas en la fragmentación social. En
América del Norte, la historia fue distinta. Sobre las trece colonias
británicas originales, emergió un vástago, los Estados Unidos, que alcanzaría
la posición dominante en el sistema global. El mismo origen tiene el otro país
desarrollado del continente: Canadá…”[2]
Estos
acontecimientos consolidaron el origen de la modernidad y del capitalismo,
surgidos de la transición económica ocurrida a partir del siglo XI, con el
florecimiento del sistema de acumulación de capital excedente, en reemplazo de
la economía agrícola de subsistencia.
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