La no conformación de una burguesía nacional
Nuestra
“densidad nacional”[1],
a diferencia de la europea, no estuvo conformada por una clase gobernante
identificada con el Estado y en defensa de sus intereses; interactuando con las
demás naciones de forma tal que sean las propias fuerzas productivas de la
sociedad las que marcaran el ritmo de crecimiento y el desarrollo sustentable,
sostenido sobre la base de una comunidad de intereses.
La
puja de intereses sectoriales, la desigual distribución del ingreso, la
exclusión social como regla y no como consecuencia de crisis económicas
internacionales, más la no conformación de una burguesía nacional -abortados
los pocos intentos que pretendieron crearla- fueron alejando la posibilidad de
un desarrollo de las fuerzas productivas que pudieran crear la riqueza
suficiente para superar las etapas del crecimiento económico consolidado.
Mientras los países desarrollados surgidos como estados organizados políticamente
fueron superando las distintas fases económicas necesarias para su desarrollo -de
la fase agrícola a la industrial, de ésta a la de servicios, luego a la etapa
tecnológica y, por último, a la del conocimiento-, incluyendo siempre a la
etapa anterior, Argentina y la región latinoamericana aún se debate en tratar
de superar o mantenerse en la primera etapa: la economía agrícola-ganadera.
Nuevamente Aldo Ferrer sintetiza claramente este proceso:
“…En América Latina, la tradición
incluye la fragmentación social, el sometimiento originado en la conquista y la
esclavitud, concentración y extranjerización del dominio de los recursos y el
pensamiento alienado asociado a los intereses de los centros de poder
transnacional. Es decir, condiciones inadecuadas con la gestión del
conocimiento y el desarrollo económico. Así se explica que, después de dos
siglos desde la independencia, no hayamos logrado alcanzar un nivel de
desarrollo y bienestar a la altura de los recursos disponibles. El desafío de
nuestros países es así más complejo que en otras partes, porque, en ellos,
debemos, simultáneamente, enfrentar los desafíos del futuro y remover los
obstáculos históricos a la construcción de la densidad nacional”[2].
Bajo
estas circunstancias, el inicio del siglo XX encontró a nuestro país y al
continente latinoamericano sumido en la crisis capitalista denominada “Gran
Depresión” o “Crisis del ‘30”, donde el sistema internacional comienza a dar
alertas sobre la desigual distribución de ingresos intra y extra fronteras.
Sin
dudas, la crisis del ’30 hizo añicos el sistema económico liberal vigente en
ese momento. John Maynard Keynes, ya venía advirtiendo antes de la crisis el
perjuicio en la economía real de la no regulación del mercado de capitales
(publica entre otras divulgaciones, en 1926, “El fin del laissez-faire”) y en 1936 su “Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero”, origina el
surgimiento de una nueva ciencia de la economía basada, en términos muy
sintéticos, en la estimulación de la demanda a través del consumo de la
sociedad con alta tasa de empleo e inversión, gestión y control del Estado de
las variables macro y microeconómicas principales. Su influencia es tan
importante que es designado representante británico en la conferencia de
Bretton Woods, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, reunión que culmina con
la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM),
entre otras decisiones tendientes a que la crisis no vuelva a repetirse. Aunque
la delegación norteamericana consigue imponer sus puntos de vista en el tratado
final, con menor regulación en los mercados de capitales, los especialistas de
todo el mundo, incluidos los norteamericanos, le dieron la razón[3].
Desde
1933, pero principalmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el poder
de decisión del Estado será crucial para el desarrollo de las distintas
sociedades. Estados Unidos de Norteamérica, que lidera el proceso relegando a
Inglaterra como nación avanzada surgida en el siglo pasado, es un ejemplo claro
de la importancia de la presencia
estatal para el desarrollo económico de las naciones. El Estado generará
instrumentos económicos y monetarios que regularán, aunque no tanto como se
piensa, la expansión del sistema financiero. A nivel internacional, El FMI será
el encargado de rescatar a las economías en crisis y supervisará los
instrumentos macroeconómicos que puedan afectar la economía internacional,
respetando la soberanía de cada Estado. Mientras, el Banco Mundial, solventará
el desarrollo de obras públicas e infraestructura necesarias en cada Estado nacional
a través del otorgamiento de créditos puntuales a ese fin.
Esta
situación no benefició a los países no depositarios de una burguesía nacional
consolidada y, a su vez, meros exportadores de materias primas. Ensanchó aún
más la brecha entre países ricos y pobres. Los denominados países centrales o
desarrollados aprovecharon, además, el enfrentamiento entre el modelo económico
capitalista liberal ya existente y el modelo de planificación económica
soviético consolidado durante la confrontación bélica internacional y surgido
de la abortada revolución bolchevique de 1917. Dicha revolución fue frustrada
porque el poder desparramado por Josef Stalin y sus sucesores no tuvo nada que
ver con el ideario y con los postulados radicales de Karl Marx, Lenin o, aún,
de León Trotsky. El sistema comunista nunca se implementó como tal hasta el
presente y el socialista menos aún.
El
experimento soviético sólo fue un intento de reforma del sistema capitalista. Pero
fue muy efectivo para dividir al mundo en dos e implementar una cultura bipolar
de la cual no parecía posible una tercera posición. Políticas que terminaron en
un profundo fracaso económico-político para ambos estados contendientes: la ex
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) comenzó su desplome final con
la caída del Muro de Berlín (Alemania) en 1989 y dejó de existir en 1991.
EE.UU. perdió el liderazgo mundial imperial en la crisis económica desatada en
2008.
[1] Concepto acuñado por
Aldo Ferrer que comprende la cohesión social, el liderazgo nacional, la
estabilidad institucional y el pensamiento crítico, condiciones todas éstas
básicas para desplegar políticas válidas de desarrollo sustentable en el orden
global.
[2] Ferrer Aldo. Artículo.
Publicación dominical Miradas al Sur. Suplemento “Argentina Económica”. Sección
opinión, pág. 6 (11/01/09).
[3] Keynes, John Maynard.
Crítica de la economía clásica. Sarpe, pág. 9 (1985).