viernes, 4 de marzo de 2016

El futuro de nuestro pasado presente - Novena Entrega


El disenso y el conflicto


La densidad nacional y regional necesaria para el desarrollo sustentable deberá construirse desde el respeto al disenso, reconociéndose finalmente que la democracia no se construye desde el consenso sino desde las contradicciones. El pensamiento fundamentalista y único de mercado de los años noventa ha generado una cultura que concibe al conflicto -que está en la esencia del ser humano-, al disenso y a las ideas diferentes como contradictorias a la esencia democrática. Pero, justamente, son el núcleo de su existencia. No se ha demostrado la supervivencia fáctica de una sociedad o sistema político perfecto. Tampoco, en toda la historia económica de la humanidad se ha vislumbrado un mercado perfecto. Cuando se elaboran teorías, se realizan sobre la base de “tipos ideales”[1] y, en el caso de las teorías económicas, sobre sociedades con economías cerradas o muy pequeñas, donde las transacciones de mercancías son simples y donde no intervienen una cantidad de actores y sucesos imposibles de medir o cuantificar. Si el ser humano es naturalmente conflictivo, egoísta, impredecible e imperfecto, ¿cómo se puede crear una teoría política y económica perfecta o única?

Para  evitar la guerra de todos contra todos se aceptaron los límites, el marco, la construcción de un Estado moderno abstracto hace ya varios siglos, cuyo contenido soberano debía completarse con las costumbres, la cultura y la lengua de las personas que ocupaban su territorio.

Ese Estado moderno, en sus orígenes, no eliminó el conflicto; lo transformó y delimitó. Convirtió el concepto dual vigente en la guerra de “amigo-enemigo”[2], en “amigo-adversario”. La persona, empresa, sector productivo o corporación que disiente con las decisiones de la élite que gobierna en un Estado legítimo es un adversario que puede competir bajo determinadas reglas democráticas para imponer sus ideas. No es eliminado por disentir, no es necesaria su eliminación para la supervivencia del sistema. Así como tampoco la persona, empresa, sector productivo o corporación que disiente con las políticas públicas gubernamentales impuestas por una fuerza política que legítimamente ha accedido al poder, tiene derecho a obstruirlas, socavarlas o intentar destituirlas, porque su modelo de país o sus intereses no se sienten reflejados en la élite gobernante elegida por voluntad popular.

El juego del sistema político democrático es un juego de poder de suma variable y no de suma cero. La suma de poder debe obtenerse de las propias capacidades y no de la resta de poder del adversario. La suma de poder variable  mantiene y fortalece el centro político generando fuerzas centrípetas que alimentan al sistema. La suma cero de poder, en cambio, vacía ese mismo centro a través de fuerzas centrífugas que se redireccionan hacia cada uno de los extremos -a la izquierda y a la derecha- hasta quebrarlo (breakdown)[3].

En todo caso, el consenso surge de la aceptación por parte de la comunidad política en particular y de la sociedad en general, de las reglas básicas democráticas de convivencia, que incluye y necesita al disenso y al conflicto para su desarrollo.



[1] Concepto  desarrollado ya hace tiempo por Max Weber (1864-1920), economista y sociólogo alemán, conocido por su análisis sistemático de sociología política y del desarrollo del capitalismo y la burocracia.

[2] Categoría difundida por Carl Schmitt (1888-1985), jurista alemán y profesor en la Universidad de Berlín desde 1934 y pensador importante de la derecha antiparlamentaria alemana y crítico de la democracia en la República de Weimar, en su obra “El concepto de lo político”, Folio Ediciones (1984).

[3] Para un desarrollo más comprensivo y acabado de esta idea se recomienda la lectura de la obra de Juan J. Linz, “La quiebra de las democracias”, Alianza Universidad (1987). Este catedrático de la Universidad de Yale y Premio Príncipe de Asturias 1987, muestra como las características estructurales de la sociedad -los conflictos reales y latentes- ofrecen una serie de oportunidades y obstáculos para los actores sociales y políticos , que pueden llevar tanto al mantenimiento como al derrumbamiento de un sistema político democrático.

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