El disenso y el conflicto
La
densidad nacional y regional necesaria para el desarrollo sustentable deberá
construirse desde el respeto al disenso, reconociéndose finalmente que la
democracia no se construye desde el consenso sino desde las contradicciones. El
pensamiento fundamentalista y único de mercado de los años noventa ha generado
una cultura que concibe al conflicto -que está en la esencia del ser humano-, al
disenso y a las ideas diferentes como contradictorias a la esencia democrática.
Pero, justamente, son el núcleo de su existencia. No se ha demostrado la
supervivencia fáctica de una sociedad o sistema político perfecto. Tampoco, en
toda la historia económica de la humanidad se ha vislumbrado un mercado
perfecto. Cuando se elaboran teorías, se realizan sobre la base de “tipos
ideales”[1] y, en el caso de las
teorías económicas, sobre sociedades con economías cerradas o muy pequeñas,
donde las transacciones de mercancías son simples y donde no intervienen una
cantidad de actores y sucesos imposibles de medir o cuantificar. Si el ser
humano es naturalmente conflictivo, egoísta, impredecible e imperfecto, ¿cómo
se puede crear una teoría política y económica perfecta o única?
Para
evitar la guerra de todos contra todos
se aceptaron los límites, el marco, la construcción de un Estado moderno
abstracto hace ya varios siglos, cuyo contenido soberano debía completarse con
las costumbres, la cultura y la lengua de las personas que ocupaban su
territorio.
Ese
Estado moderno, en sus orígenes, no eliminó el conflicto; lo transformó y
delimitó. Convirtió el concepto dual vigente en la guerra de “amigo-enemigo”[2], en “amigo-adversario”. La
persona, empresa, sector productivo o corporación que disiente con las
decisiones de la élite que gobierna en un Estado legítimo es un adversario que
puede competir bajo determinadas reglas democráticas para imponer sus ideas. No
es eliminado por disentir, no es necesaria su eliminación para la supervivencia
del sistema. Así como tampoco la persona, empresa, sector productivo o
corporación que disiente con las políticas públicas gubernamentales impuestas
por una fuerza política que legítimamente ha accedido al poder, tiene derecho a
obstruirlas, socavarlas o intentar destituirlas, porque su modelo de país o sus
intereses no se sienten reflejados en la élite gobernante elegida por voluntad
popular.
El
juego del sistema político democrático es un juego de poder de suma variable y
no de suma cero. La suma de poder debe obtenerse de las propias capacidades y
no de la resta de poder del adversario. La suma de poder variable mantiene y fortalece el centro político
generando fuerzas centrípetas que alimentan al sistema. La suma cero de poder,
en cambio, vacía ese mismo centro a través de fuerzas centrífugas que se
redireccionan hacia cada uno de los extremos -a la izquierda y a la derecha-
hasta quebrarlo (breakdown)[3].
En
todo caso, el consenso surge de la aceptación por parte de la comunidad
política en particular y de la sociedad en general, de las reglas básicas
democráticas de convivencia, que incluye y necesita al disenso y al conflicto
para su desarrollo.
[1] Concepto desarrollado ya hace tiempo por Max Weber
(1864-1920), economista y sociólogo alemán, conocido
por su análisis sistemático de sociología política y del desarrollo del
capitalismo y la burocracia.
[2] Categoría difundida por
Carl Schmitt (1888-1985), jurista alemán y profesor en la Universidad de Berlín
desde 1934 y pensador importante de la derecha antiparlamentaria alemana y
crítico de la democracia en la República de Weimar, en su obra “El concepto de
lo político”, Folio Ediciones (1984).
[3] Para un desarrollo más
comprensivo y acabado de esta idea se recomienda la lectura de la obra de Juan
J. Linz, “La quiebra de las democracias”, Alianza Universidad (1987). Este
catedrático de la Universidad de Yale y Premio Príncipe de Asturias 1987,
muestra como las características estructurales de la sociedad -los conflictos
reales y latentes- ofrecen una serie de oportunidades y obstáculos para los
actores sociales y políticos , que pueden llevar tanto al mantenimiento como al
derrumbamiento de un sistema político democrático.
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