Cuan si
fuera un tsunami que arrasa con todo lo que “vivir mejor” significa y que
deshace todo vestigio de identidad colectiva, hoy, a exactamente siete meses de
que se desate la tormenta perfecta del neoliberalismo desde el centro mismo
donde se gestó, Argentina, su paso destruye todo lo que toca, inocula toda
posibilidad de reacción y adormece el inconsciente colectivo que lucha desde
hace 200 años.
Pedir
perdón a los empresarios españoles fue el anticipo del olvido de las acciones
revolucionarias del 25 de mayo, del fusilamiento de Dorrego, de la misteriosa
muerte de Moreno, del ninguneo de San Martín en el Congreso de Tucumán, del
apartamiento y la prohibición de Artigas y los Pueblos Libres del Sur que
proponían una verdadera independencia y una reforma agraria definitiva y
concreta para la repartición de las tierras.
Y la
sumisión momentánea de la Historia de los Pueblos se realizó ayer, 9 de julio
de 2016, cuando el representante de los poderes concentrados (mediáticos,
económicos, judicial y extranjeros) vomitó lo que la derecha vernácula tuvo
atragantada los últimos doce años y medio: “Quienes declararon la independencia
debían sentir angustia de separarse de España”.
No fue
totalmente sincero. Ese sentimiento lo profesaron aquellos que quisieron hacer
caer la Revolución del 25 de mayo; los que alentaron a Lavalle para matar al
verdadero federalismo; los que dejaron a Moreno en alta mar; los que perseguían
a Artigas por bandido y subversivo; los que les prohibían a Belgrano usar la
bandera que había creado para no ofender a España; los que hicieron lo
imposible para que San Martín no cruzara los Andes para liberar los Pueblos
americanos de España y lo terminaron echando; los que ponían las cabezas de los
caudillos vencidos en Caseros en picas, bordeando el camino al Palacio de Las
Flores para que los portugueses, ingleses, franceses y la generación de 1880
supieran quién era el verdadero Urquiza; aquellos que no querían el sufragio
universal; que derrocaron a Yrigoyen, a Perón; quienes vivaron el cáncer para
maldecir a la abanderada de los humildes, la líder de los descamisados; los que
pretendieron borrar, como hizo Sarmiento con Rosas enterrando sus propiedades
en el actual parque 3 de febrero (no es casualidad que el parque de Palermo
lleve ese nombre; es la fecha de la batalla de Caseros y la derrota de Rosas
ante Urquiza y la coalición extranjera) a todo lo que oliera a peronismo y
voluntad popular, con bombas, fusilamientos y desapariciones; los mismos que sistemáticamente
intentaron borrar desde 1976 la generación que tomó la posta de Moreno en
adelante y marcó su vida a fuego para defender la Patria, la Independencia y la
Soberanía. Sintieron angustia, en definitiva, los mismos que intentaron borrar
la dignidad de los últimos doce años y medio, denostando a su líder, su conductora
y al movimiento que representa y que evoca la memoria viva, activa y en lucha.
Pretendieron
vaciar la historia…pero como no pudieron borrar en estos 200 años a los
Belgrano, Castelli, Monteagudo, Moreno, Dorrego, San Martín, Güemes, Azurduy,
Artigas, Rosas, Yrigoyen, Perón, Evita y Cámpora entre otros, no podrán hacerlo
con estos doce años de dignidad nacional y popular, en los que Néstor y
Cristina representaron la llama de la liberación, la esperanza, la lealtad y la
igualdad de derechos.
Dicen
que la Historia la escriben los que ganan, pero la viven los que tienen Memoria colectiva, Verdad en los hechos y Justicia
en las ideas. Siete meses no enterrarán doscientos años, como cuatro años no
sepultarán doce. Aquellos que lucharon para que hoy seamos dignos soberanos
empapan nuestra lucha para que continuemos lo que empezaron allá por 1810; para
que seamos libres; porque lo demás, no importa nada.