El “fin” de las ideologías
Todo
lo relatado en la entrega anterior es posible gracias a la globalización
financiera que permite que un par de
zapatillas o una pelota de fútbol de marca, con un costo de mano de obra de
entre 4 o 6 dólares, puedan venderse a unos 200, 300 o 400 dólares. O, lo que
es lo mismo, que una persona que confecciona las mismas zapatillas y pelota de
fútbol, apenas pueda cobrar 0,23 centavos de dólar por día, en condiciones
paupérrimas de trabajo, tornando imposible que alguna vez pueda comprarse
zapatillas como las que confecciona. Así trabajaban las grandes marcas de ropa,
calzado, alimentos, bebidas, automotriz, etc., tercerizando el trabajo en maquiladoras
de América latina, en países de Asia y África, reflotando la esclavitud.
El
ingreso de la actividad política en los medios de información -mal denominados
de comunicación- y de espectáculos y la captura de la acción política por parte
de éstos, borraron las barreras entre la actividad pública y privada, entre la
ética personal y la moral pública. Los empresarios del capitalismo inicial
comercial se arrancaron el corsé de la democracia que los tenía contenidos
desde el nacimiento de la revolución francesa y que sólo se aflojaban ante
algún paraíso fiscal de vez en cuando; libres de toda atadura al fin,
intervinieron en todas las actividades de la vida política, social, cultural y
educativa e invadieron los Estados de economistas marketineros, gurúes o
“especialistas”, mientras que los medios de información se encargaron de
elevarlos al status de cuasi dioses o custodios de la verdad y la honestidad.
Se decretó el fin de la Historia[1], el fin de las ideologías,
en términos dialécticos hegelianos.
Sin
embargo, al estar sostenida la economía real sobre la base de una economía
virtual que genera desigualdades en la distribución del ingreso y, siendo las
políticas neoliberales una gran ficción encubierta de “verdades absolutas”, las
distorsiones no tardaron en llegar. La crisis económica de México de 1994, la primera;
la de Rusia, al año siguiente y la de los países del sudeste asiático en 1997, demostraron
las fragilidades de las políticas financieras llevadas a cabo en la década del
noventa. Luego, las crisis económicas y financieras de Brasil y posteriormente
en 2001 la hecatombe producida en Argentina, fueron el preludio de la gran
crisis económica desatada por la burbuja de las hipotecas “subprime” en 2007 en los Estados Unidos de Norteamérica, propagada
hacia todo el mundo, aumentando aún más su verdadera dimensión.
Es
decir, en términos dialécticos, a un capitalismo comercial establecido aproximadamente
en los años 1200 y que perduró hasta 1870,
le sucedió un capitalismo de Estado o Imperialista, que duró hasta 1985
aproximadamente y que contradecía al anterior. Su síntesis terminó siendo la globalización
financiera, que nació a mediados de la década de los ochenta y contiene a las
otras dos formas de capitalismo -el comercial y el de Estado o Imperial-, en
una etapa superadora de aquellas.
[1] Francis Fukuyama, con su
obra “El fin de la Historia y el último hombre” (Planeta, 1992), fue uno de los
intelectuales más comprometidos con el pensamiento fundamentalista de mercado y
uno de sus más entusiastas propulsores.
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