Las
políticas económicas desarrolladas durante la década del setenta y ochenta del siglo pasado, que
sólo se pudieron aplicar sobre la base de la represión social, la censura
cultural, la disminución del nivel educativo, el achicamiento del ingreso de la
población, el aumento de la pobreza y la aplicación de la filosofía del terror,
fundamentadas en la Doctrina de Seguridad Nacional (de Estados Unidos),
sembraron las semillas de nuevas generaciones de personas con las siguientes
características: compromiso político y social bajo o nulo; desprecio por todo
lo que tuviera que ver con la política como acción transformadora: partidos
políticos, movimientos sociales y sindicatos organizados; ansiedad por consumir;
adicción a la tecnología del entretenimiento; diversión instantánea; apertura
mental a los mandatos de las corporaciones mediáticas que conforman el arco
legitimador del discurso hegemónico de las políticas económicas neoliberales; personas
deseosas de sumarse a una carrera por el éxito -meritocracia- bajo cualquier
vía individual, con desdén por los estudios y los proyectos de mediano y largo
alcance.
Ejemplos
de cada una de estas características se han visto a lo largo de estos años y
aún persisten cotidianamente en nuestras vidas. Luego de una afluencia de
participación importante durante el retorno de la democracia en el continente
latinoamericano a principio de la década del ochenta -después de muchos años de
terror y censura-, el compromiso político comenzó a disminuir progresivamente y
en forma alarmante a partir de la aplicación de la ideología del
fundamentalismo del mercado, del “pensamiento único”, amesetando el conflicto
social. Ya en los años noventa, toda denominación que implicara una
controversia entre partes era suprimida hasta en el vocabulario: los
departamentos o gerencias de relaciones laborales en las empresas comienzan a
denominarse con el apelativo de “recursos humanos”; la ideología o las ideas de
izquierda y de derecha son anacrónicas; el término oligarquía o clase obrera,
antiguo, de otra época; el Estado, un elefante pesado que hay que anular y
transformar en gendarme de las relaciones económicas y financieras del mercado
libre.
Con
una sociedad desmovilizada y desideologizada, el consumo tardó poco tiempo en
constituirse en una necesidad. El avance tecnológico y el acceso masivo de
artículos relacionados con la diversión, la distracción y la comunicación,
cambiaron el concepto de mercancía y producto. Ya no es necesario comprar un
producto por su calidad, utilidad y durabilidad. Lo importante es la “marca” y
el “estilo” de personalidad que esa marca inculca.
Así,
por citar sólo un ejemplo paradigmático, famosas empresas de indumentarias
deportivas dejan de escribir su nombre en sus prendas y zapatillas, sólo se las
reconocen por su logo. Tener algo de marca es consustanciarse con una
personalidad impactante. Es “ser” importante, es “pertenecer”. Las empresas
multinacionales invaden el espacio público e intervienen en todos los lugares
donde pueden influir. Uno de esos espacios son las universidades: financian y
auspician investigaciones, seminarios, conferencias, jornadas científicas y
hasta deportivas, siempre afín con sus necesidades e intereses.
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