El grito de Mayo
El
miércoles 24 de febrero los trabajadores, los despedidos sin causa -o por
causas ideológicas- los que acompañamos la situación de miles de familias
desamparadas desde el 10 de diciembre -y que puede ser nuestra situación en cualquier
momento- nos juntamos en la Plaza del Pueblo, que esta vez fue más de los
desposeídos. Desposeídos del trabajo, por la orfandad gubernativa; desposeídos de la
justicia social, de los derechos restaurados y adquiridos en los últimos doce
años.
Los
medios hegemónicos ningunearon la protesta, la movilización y el pedido de ¡NO
MAS DESPIDOS! y la reincorporación de los trabajadores despojados de su
dignidad. Sin embargo, la alegría de estar de pie con el contraste de la
situación política, social, económica y cultural, estuvo presente. Mujeres,
niños, adolescentes, hombres de la capital y las provincias, con o sin
identificación gremial y/o política, marcharon codo a codo desde la ancha
avenida 9 de julio hasta la mítica Plaza de Mayo. Muchos, por la gran concentración, no llegamos siquiera a
la Plaza, porque bastantes de la nutrida columna de personas que integrábamos esa
conciencia colectiva en lucha arribamos cuando el acto había finalizado.
Pero
estuvimos. Protestamos. Hicimos oír nuestra voz y dejamos nuestro sudor en las
calles que nada tiene que ver con salsa de ñoquis. Es el sudor saldado del
esfuerzo, de las horas entregadas a la labor que nos permite ser dignos ante
nuestras familias y que nos integra socialmente.
La movilización fue convocada por la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), pero éramos
muchos más. Trabajadores, despedidos, familias; en fin desposeídos.
No
se confunda señor Presidente. Esa casa que habita no es suya. Es del Pueblo. Y
aunque la re-decore, baje cuadros y suba otros, baile y cante en el balcón e intente quitarle todo lo
popular que esa casa representó durante tanto tiempo, sigue y seguirá siendo del
Pueblo. Su verdadero morador permanente.