viernes, 26 de febrero de 2016

La Plaza de los Desposeídos


El grito de Mayo


El miércoles 24 de febrero los trabajadores, los despedidos sin causa -o por causas ideológicas- los que acompañamos la situación de miles de familias desamparadas desde el 10 de diciembre -y que puede ser nuestra situación en cualquier momento- nos juntamos en la Plaza del Pueblo, que esta vez fue más de los desposeídos. Desposeídos del trabajo, por la orfandad gubernativa; desposeídos de la justicia social, de los derechos restaurados y adquiridos en los últimos doce años.

Los medios hegemónicos ningunearon la protesta, la movilización y el pedido de ¡NO MAS DESPIDOS! y la reincorporación de los trabajadores despojados de su dignidad. Sin embargo, la alegría de estar de pie con el contraste de la situación política, social, económica y cultural, estuvo presente. Mujeres, niños, adolescentes, hombres de la capital y las provincias, con o sin identificación gremial y/o política, marcharon codo a codo desde la ancha avenida 9 de julio hasta la mítica Plaza de Mayo. Muchos, por la gran concentración, no llegamos siquiera a la Plaza, porque bastantes de la nutrida columna de personas que integrábamos esa conciencia colectiva en lucha arribamos cuando el acto había finalizado. 

Pero estuvimos. Protestamos. Hicimos oír nuestra voz y dejamos nuestro sudor en las calles que nada tiene que ver con salsa de ñoquis. Es el sudor saldado del esfuerzo, de las horas entregadas a la labor que nos permite ser dignos ante nuestras familias y que nos integra socialmente.

La movilización fue convocada por la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), pero éramos muchos más. Trabajadores, despedidos, familias; en fin desposeídos.

No se confunda señor Presidente. Esa casa que habita no es suya. Es del Pueblo. Y aunque la re-decore, baje cuadros y suba otros, baile y cante en el balcón e intente quitarle todo lo popular que esa casa representó durante tanto tiempo, sigue y seguirá siendo del Pueblo. Su verdadero morador permanente. 

El futuro de nuestro pasado presente - Octava entrega



No es fácil suplantar 
el paradigma liberal 


Desmontar este paradigma de relaciones de poder ha sido y es monumental. Sobre fines del siglo pasado y hasta la crisis económica global de 2008 un resurgir latinoamericano posicionó a gobiernos y líderes populares en firme desafío al paradigma vigente y en crisis. La región latinoamericana, con su mochila de experiencias y sufrimientos a cuestas, modificó, fisuró el esquema de poder regional y en sus propios Estados.  Pero doscientos años no se destruyen en una década. Se necesita afianzar un trasvasamiento cultural que llevará tiempo, marchas y contra marchas -como la que afecta a la región y a nuestro país en la actualidad-, siendo esta lucha la madre de todas las batallas.

En la actualidad, estaríamos en un proceso de formación o transición hacia una nueva forma de Estado contradictoria aún y no definida. Una nueva trilogía se inicia sobre la base de las relaciones presentes y según el desenlace del reciente pasado.

Esta prensada descripción de hechos históricos internacionales que afectaron el desarrollo sustentable de América latina en general y de Argentina en particular, es sólo un modo de explicación y una mirada subjetiva de los acontecimientos históricos reales -como los son todas las explicaciones y todas las visiones-. No existen fórmulas mágicas, modelos excluyentes ni verdades fundamentales, objetivas e independientes en el mundo material.

Cada modelo de desarrollo político, económico, social, cultural y educativo, tanto nacional como internacional persigue una idea, una ideología y un interés específico. Ninguno es beneficioso ni perjudicial en sí mismo. Su aplicación depende de la idiosincrasia de cada sociedad y de sus necesidades. Pero sin dudas, las diferencias estarán dadas en la mayor o menor inclusión social y en la mayor o menor distribución del ingreso y de los recursos en cada sociedad.

La región latinoamericana y Argentina como parte integrante de ella, en la actualidad viven una instancia crucial y decisiva para la consolidación definitiva de un desarrollo sustentable, con la generación de sus propias políticas económicas y sus propios proyectos educativos y culturales. Históricamente nunca antes los países de la región, con sus matices y diferencias, han estado tan cerca de conformar una unión latinoamericana que permita una inserción en el mundo más equitativa, con respeto a la diversidad de sus culturas y con una distribución del ingreso más inclusiva en sus sociedades. No será fácil, ni se plasmará en el corto plazo. Las resistencias internas y externas están a la vista.

jueves, 18 de febrero de 2016

El futuro de nuestro pasado presente - Séptima Entrega




 El “fin” de las ideologías

Todo lo relatado en la entrega anterior es posible gracias a la globalización financiera que permite  que un par de zapatillas o una pelota de fútbol de marca, con un costo de mano de obra de entre 4 o 6 dólares, puedan venderse a unos 200, 300 o 400 dólares. O, lo que es lo mismo, que una persona que confecciona las mismas zapatillas y pelota de fútbol, apenas pueda cobrar 0,23 centavos de dólar por día, en condiciones paupérrimas de trabajo, tornando imposible que alguna vez pueda comprarse zapatillas como las que confecciona. Así trabajaban las grandes marcas de ropa, calzado, alimentos, bebidas, automotriz, etc., tercerizando el trabajo en maquiladoras de América latina, en países de Asia y África, reflotando la esclavitud.

El ingreso de la actividad política en los medios de información -mal denominados de comunicación- y de espectáculos y la captura de la acción política por parte de éstos, borraron las barreras entre la actividad pública y privada, entre la ética personal y la moral pública. Los empresarios del capitalismo inicial comercial se arrancaron el corsé de la democracia que los tenía contenidos desde el nacimiento de la revolución francesa y que sólo se aflojaban ante algún paraíso fiscal de vez en cuando; libres de toda atadura al fin, intervinieron en todas las actividades de la vida política, social, cultural y educativa e invadieron los Estados de economistas marketineros, gurúes o “especialistas”, mientras que los medios de información se encargaron de elevarlos al status de cuasi dioses o custodios de la verdad y la honestidad. Se decretó el fin de la Historia[1], el fin de las ideologías, en términos dialécticos hegelianos.

Sin embargo, al estar sostenida la economía real sobre la base de una economía virtual que genera desigualdades en la distribución del ingreso y, siendo las políticas neoliberales una gran ficción encubierta de “verdades absolutas”, las distorsiones no tardaron en llegar. La crisis económica de México de 1994, la primera; la de Rusia, al año siguiente y la de los países del sudeste asiático en 1997, demostraron las fragilidades de las políticas financieras llevadas a cabo en la década del noventa. Luego, las crisis económicas y financieras de Brasil y posteriormente en 2001 la hecatombe producida en Argentina, fueron el preludio de la gran crisis económica desatada por la burbuja de las hipotecas “subprime” en 2007 en los Estados Unidos de Norteamérica, propagada hacia todo el mundo, aumentando aún más su verdadera dimensión.
           
Es decir, en términos dialécticos, a un capitalismo comercial establecido aproximadamente en los años 1200 y que perduró hasta 1870,  le sucedió un capitalismo de Estado o Imperialista, que duró hasta 1985 aproximadamente y que contradecía al anterior. Su síntesis terminó siendo la globalización financiera, que nació a mediados de la década de los ochenta y contiene a las otras dos formas de capitalismo -el comercial y el de Estado o Imperial-, en una etapa superadora de aquellas.



[1] Francis Fukuyama, con su obra “El fin de la Historia y el último hombre” (Planeta, 1992), fue uno de los intelectuales más comprometidos con el pensamiento fundamentalista de mercado y uno de sus más entusiastas propulsores.

jueves, 11 de febrero de 2016

El futuro de nuestro pasado presente - Sexta Entrega



Las políticas económicas desarrolladas durante la década del setenta y ochenta del siglo pasado, que sólo se pudieron aplicar sobre la base de la represión social, la censura cultural, la disminución del nivel educativo, el achicamiento del ingreso de la población, el aumento de la pobreza y la aplicación de la filosofía del terror, fundamentadas en la Doctrina de Seguridad Nacional (de Estados Unidos), sembraron las semillas de nuevas generaciones de personas con las siguientes características: compromiso político y social bajo o nulo; desprecio por todo lo que tuviera que ver con la política como acción transformadora: partidos políticos, movimientos sociales y sindicatos organizados; ansiedad por consumir; adicción a la tecnología del entretenimiento; diversión instantánea; apertura mental a los mandatos de las corporaciones mediáticas que conforman el arco legitimador del discurso hegemónico de las políticas económicas neoliberales; personas deseosas de sumarse a una carrera por el éxito -meritocracia- bajo cualquier vía individual, con desdén por los estudios y los proyectos de mediano y largo alcance.

Ejemplos de cada una de estas características se han visto a lo largo de estos años y aún persisten cotidianamente en nuestras vidas. Luego de una afluencia de participación importante durante el retorno de la democracia en el continente latinoamericano a principio de la década del ochenta -después de muchos años de terror y censura-, el compromiso político comenzó a disminuir progresivamente y en forma alarmante a partir de la aplicación de la ideología del fundamentalismo del mercado, del “pensamiento único”, amesetando el conflicto social. Ya en los años noventa, toda denominación que implicara una controversia entre partes era suprimida hasta en el vocabulario: los departamentos o gerencias de relaciones laborales en las empresas comienzan a denominarse con el apelativo de “recursos humanos”; la ideología o las ideas de izquierda y de derecha son anacrónicas; el término oligarquía o clase obrera, antiguo, de otra época; el Estado, un elefante pesado que hay que anular y transformar en gendarme de las relaciones económicas y financieras del mercado libre.

Con una sociedad desmovilizada y desideologizada, el consumo tardó poco tiempo en constituirse en una necesidad. El avance tecnológico y el acceso masivo de artículos relacionados con la diversión, la distracción y la comunicación, cambiaron el concepto de mercancía y producto. Ya no es necesario comprar un producto por su calidad, utilidad y durabilidad. Lo importante es la “marca” y el “estilo” de personalidad que esa marca inculca.

Así, por citar sólo un ejemplo paradigmático, famosas empresas de indumentarias deportivas dejan de escribir su nombre en sus prendas y zapatillas, sólo se las reconocen por su logo. Tener algo de marca es consustanciarse con una personalidad impactante. Es “ser” importante, es “pertenecer”. Las empresas multinacionales invaden el espacio público e intervienen en todos los lugares donde pueden influir. Uno de esos espacios son las universidades: financian y auspician investigaciones, seminarios, conferencias, jornadas científicas y hasta deportivas, siempre afín con sus necesidades e intereses.

miércoles, 3 de febrero de 2016

El futuro de nuestro pasado presente - Quinta Entrega

Doctrina de Seguridad Nacional y Consenso de Washington



En el mientras tanto, es decir, mientras la economía bipolar existía, los países periféricos resistían los embates de la economía mundial. Latinoamérica y en ella, Argentina, no eran ajenos a estos movimientos cíclicos.

En 1970, con la crisis energética y del petróleo; y, en la década del ochenta, con la imposición del endeudamiento externo sistemático que sólo se pudo aplicar a través de gobiernos cívico-militares en la región, el discurso ideológico, político y cultural de dominación fue la Doctrina de Seguridad Nacional.

Todavía hasta ese momento la asociación entre capital y trabajo, aunque despareja, injusta y desigual desde su origen, era necesaria para la corporación empresaria. El producto y su calidad, la mercancía, era lo transable en el mercado de economía liberal. Pero desde la mitad de la década del ochenta, más precisamente desde el nacimiento de las políticas neoliberales del “Consenso de Washington” impulsadas desde los gobiernos estadounidense y británico de Ronald Reagan y Margaret Thatcher respectivamente, “lo virtual”, “lo irreal”, “lo que no existe”, será el núcleo de las transacciones y el resurgimiento de “burbujas” financieras cada vez más profundas y en períodos más cortos. El capital se desliga del trabajo. No lo necesita más como sistema de acumulación. Muta, se transforma en acumulación de capital financiero; y, si el capital no necesita de la mercancía para desarrollarse, no necesita tampoco mano de obra calificada.

Nuevamente la burguesía necesita de un discurso legitimador que le permita presentarse ante la sociedad con el mejor y más benigno sistema posible de realizar: el capitalismo. En este caso, las políticas neoliberales del “Consenso de Washington” serán presentadas como lo “único” posible y el discurso hegemónico fundamentalista de mercado prende en las cúpulas gobernantes de los Estados subdesarrollados y en desarrollo. Élites dominantes construidas por burguesías extranjerizantes y oligarquías que supieron resistir los embates de cambios que amanecieron en los últimos años de la década de los años sesenta y en los primero años de la de los setenta, viven su fiesta.

En latinoamérica en general y en Argentina en particular las políticas del “Consenso de Washington” se llevaron a cabo puntualmente: desregulación total del mercado de capitales, privatizaciones de empresas del Estado y de la exploración y explotación de los recursos naturales, endeudamiento externo, ajuste fiscal, etc. O sea, las famosas “recetas” del FMI[1] que no sólo no “derramaron riquezas” en los países que las llevaron a cabo como profetizaban los especialistas económicos legitimadores de las políticas neoliberales -encabezados por Milton Friedman[2] y los “Chicago boys”-, sino que aumentaron su recesión económica, profundizaron la brecha entre ricos y pobres y fragmentaron las distintas sociedades latinoamericanas, transformando a la población de nuestro continente en el más desigual del mundo, a pesar de la riqueza de sus recursos naturales y la capacidad de generar alimento para todos sus habitantes.

El terreno se había abonado con anterioridad, tal como lo describen en sus obras Naomi Klein[3], Joseph E. Stiglitz[4], Ulrich Beck[5], Paul Krugman[6] y Aldo Ferrer[7], entre los más destacados de una larga lista de intelectuales, economistas, filósofos, políticos y educadores, críticos de la instauración de la globalización financiera en los países del tercer mundo, periféricos o en desarrollo.


[1] El FMI, en este período, desvirtúa las directivas surgidas del acuerdo de Bretton Woods y vulnera la soberanía económica de los Estados imponiéndoles políticas y planes económicos para poder seguir recibiendo créditos internacionales, asegurando el cobro de deudas a sus acreedores.
[2] Economista estadounidense (1912-2006). Premio Nobel de Economía en 1976, junto a Henry Simons y F. A. Von Hayek, es el principal representante de la llamada Escuela de Chicago, grupo de economistas que considera que los mercados competitivos libres de la intervención del Estado contribuyen a que el funcionamiento de la economía sea más eficiente. Considerado uno de los más grandes economistas de su época, sus postulados fueron la base de las políticas neoliberales que se establecieron en algunos países en la década de 1980: fueron adoptados por el Gobierno chileno del general Pinochet, por el Gobierno Reagan en EE.UU. y por el de Margaret Thatcher en el Reino Unido. De hecho, en las ideas de Friedman y, en general, de la Escuela de Chicago, se halla el fundamento teórico del denominado ceoliberalismo actual.
[3] Periodista canadiense que explica el desarrollo de la globalización en sus tres obras más difundidas: “No logo. El poder de las marcas” (Paidós, 2002); “Vallas y ventanas” (Paidós, 2002) y “La doctrina del shock” (Paidós, 2008).
[4] Premio Nobel de la Economía en 2001, asesor económico del gobierno de Bill Clinton, profesor en la Universidad de Columbia, economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial, describió en sus primeras obras, “El malestar de la globalización” (Taurus, 2003) y “Los felices 90. La semilla de la destrucción” (Taurus, 2003), el desarrollo de las políticas neoliberales desde el riñón del Consenso de Washington.
[5] Profesor de Sociología en la Universidad de Munich, explica en sus obras “¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización” (Paidós, 1998) y “La democracias y sus enemigos” (Paidós, 2000) la globalización desde la óptica europea.
[6] Premio Nobel de Economía en 2008, profesor de economía y asuntos internacionales en la Universidad de Princenton, autor de una columna bisemanal en la página editorial del New York Times y de un blog diario llamado “La conciencia de un liberal”, elegido el Columnista del Año por la revista Editor and Publisher y poseedor de una página en Internet (www.krugmanonline.com) explica la última crisis desde la Gran Depresión de 1930, en su obra “De vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis de 2008” (Grupo Editorial Norma, 2009).
[7] Economista y político argentino, Doctor en Ciencias E


conómicas (UBA), profesor de Economía en la Universidad Nacional de La Plata y en la de Buenos Aires, ex funcionario de la Secretaría de las Naciones Unidas  y ex agregado económico de Argentina en la embajada de Londres,  ex Ministro de Economía y Hacienda de la provincia de Buenos Aires, ex coordinador de la Comisión Organizadora del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, ex primer Secretario Ejecutivo de CLACSO, ex Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación, ex Ministro de Economía y Trabajo de la Nación, ex presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, en la actualidad es integrante del Plan Fénix y Director Editorial de Buenos Aires Económico, además de ser uno de los economistas más activos en la denuncia de los efectos negativos de los fenómenos globalizadores sobre los países periféricos.